lunes, 21 de noviembre de 2011

Hola, soy yo.

Dicen que las personas que pasan mucho tiempo juntas, mimetizan, y terminan pareciéndose tanto física como psicológicamente. Entonces me pregunto:
Si quiero encontrarme a mí misma, saber cómo soy, a qué aspiro, resolver mis dudas existenciales, ¿tengo que encerrarme sola con el fin de terminar pareciéndome a lo que en realidad soy? o por el contrario, ¿es preferible rodearse de gente, que nos quiera, que nos aprecie más o menos, para que ellos nos hagan ver esos aspectos personales propios de los que no somos conscientes; para mejorarlos o, simplemente, para ver que también nosotros tenemos cosas buenas y maravillosas?


Creo que nunca se me ha dado demasiado bien lo de aislarme.

Déjalo estar

"¡Enhorabuena! por fin te has dado cuenta", repite burlona mi mente.

Pensaba que últimamente estaba rara, y acabo de caer en que no. Eres tú, que te has convertido en una de esas personas por las que sientes auténtica indiferencia. Si me hablas, pues bueno, aunque preferiría que ni te molestaras.
Jamás me había pasado con nadie, con nadie al que no considerara cualquiera, que en algún momento hubiera sido "importante", así que:
¡Enhorabuena! enhorabuena porque has sido capaz de cambiarme, aunque pienso que para mal.
Y un enhorabuena también para mí, por ser capaz de verlo, y de sentir hacia ti lo que realmente te mereces.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Cosas que pasan

Y eso, llega un momento en el que ya no sabes si echas de menos a la persona, o si lo que extrañas realmente, es el papel que dicha persona jugaba en tu vida. Supongo que es normal, el roce hace el cariño, te acostumbras a que esté ahí, a que ciertas cosas de las que te gusta hablar, sólo te gustan cuando con quien las hablas es con él, con los demás carece de sentido porque la conversación no toma el mismo ritmo, ni las bromas son lo mismo.
Odio esos momentos de incomodidad personal, cuando, hablando con alguien, se te viene a la cabeza una coña, un comentario PERFECTO para la ocasión, y con una gran sonrisa, cuando tus labios se separan para disparar, entonces tu hipocampo te recuerda que eso pertenece al pasado, a los recuerdos, y que aunque pudiera resultar gracioso, para ello tendrías que explicarle al otro toda la historia anterior, recordar (algo que tampoco apetece), y al final de tu cara sólo sale una falsa y melancólica sonrisa que dice: "en realidad, es una idiotez, pero bueno, era parte de nuestra química, de nuestro juego". Y todas estas cosas son las que cuando las piensas, te hacen decir LE echo de menos; a él, su personalidad, sus tonterías, sus manías, sus anécdotas, sus comentarios reconfortantes, esos que parecía que sólo él sabía decir, como si tuviera tu manual de instrucciones y supiera qué botón, en qué momento y de qué forma, hay que tocar para que todo esté bien.
Y en este momento de la historia pueden pasar dos cosas:
1.- Te echas a llorar desconsolada, desahogando todo eso que te has estado guardando sólo para ti, y preguntándote por qué. Incluso puede, que cayendo en el error de preguntarte si la culpa ha sido tuya, si podías haber hecho algo más para solucionarlo, cuando está claro que no, y que lo sabes perfectamente, tú y el resto de personas que conocen la historia, pero bueno, es normal, se te perdona caer en el error porque, son cosas que pasan, aunque es importante que salgas de él cuanto antes. Si no, esto se vuelve contra ti, en una espiral de remordimiento innecesario que te no te deja salir y respirar.
O bien, la número 2.- Empiezas a recordar todas las cosas que no te gustaban, por las que te diste cuenta de que, a lo mejor intentándolo en serio.... pero que no, que hacían inviable esa relación. Cosas como, por ejemplo, su inmadurez para determinados momentos -ya, pero eso en el fondo me gustaba, lo hacía para quitarle hierro al asunto y que no me preocupara- -olvídalo, céntrate en lo malo, tenemos que cerrar esto-. Y así con una larga lista de cosas, dándote cuenta, poco a poco, de que lo que echas de menos no es a él. Es el necesitar un abrazo y tener siempre a alguien dispuesto a dártelo, colgarte del cuello de alguien más alto y fuerte que tú, y que le haga tanta ilusión que lo hagas como a ti te hace hacerlo, los besos (por sorpresa o no), las caricias, las cosquillas. No dormir sola en la cama, echar de menos el lado fresquito en verano, y en invierno extrañar que alguien te dé su calor, compartir el paraguas en uno de esos días feos y lluviosos. En fin, la idea de tener una atmósfera en la que te sientes a gusto con alguien, como si el mundo se hubiera parado y sólo existierais tú y la otra persona, como si vivierais en una gran burbuja de felicidad en la que sólo cogen dos, y en la que no se extraña a nadie más.
Pero el tiempo pasa, y hace que esa sensación de "abandono" (por llamarla de alguna forma) desaparezca, igual que cuando, al quitarte un reloj sigues teniendo la sensación de que lo llevas puesto, y no puedes evitar echarle un vistazo a la hora. Hasta que te acostumbras.




 




Ya encontraré otro reloj que me guste.