miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Sabes esa sensación?

Es lo típico. No lo puedes evitar. Y ahí estás, a solas, sin poder apartar la mirada. Con cara de idiota.


Barbecho

A veces me pregunto si lo hice contigo. Si intenté imponerte a mí misma, porque, no sé, eras lo correcto en ese momento, lo adecuado, lo que todo el mundo esperaba. Entonces parecía importarme, pero las cosas analizadas desde el frío y pasado un tiempo se ven bastante más claras. Parece que incluso intentaba convencerme a mí misma, manteniéndome como ausente, distanciándome. Pero supongo que era porque necesitaba aclararme, porque ya entonces sospechaba que no me sentía como supuestamente debía: mal. Todo lo contrario, era algo parecido a haberte quitado un gran peso de encima, a sentirte libre, a pensar que te habían ahorrado pasar un mal trago, aunque la situación actual tampoco fuese la mejor. ¿Deberías, entonces, guardarme rencor tú a mí? Ciertamente, no fui sincera con ninguno de los dos. A lo mejor fui yo quien te alejó de mí, porque, sin quererlo, te transmitía mis dudas sobre si era eso lo que quería en realidad. Tal vez, sea yo la que tenga que pedir perdón por ser una egoísta.
No quiero que pienses que te utilicé, para nada. Sé que lo que hice fue porque lo sentía así. Sólo que no lo sentía tanto como pensaba, y, sin verlo, arriesgué mucho más de lo que quería, mucho más de lo que me podía permitir, y si no hubiese salido como lo ha hecho, las habría pasado muy putas. Así que, dentro de lo que cabe, no es tan horrible, ni se está tan mal.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Nunca fueron buenos

Ni las segundas partes, ni los excesos, o los extremos, como prefieras llamarlos.
Habla una adicta a las nuevas tecnologías. De mí se podría decir algo así como que érase una chica a un ordenador, a un móvil y a un ipod pegada, pero, no voy a ser injusta conmigo misma, sé cuando parar.
Y a qué viene todo esto, diréis, ¿no? Pues bueno, supongo que el exceso de tecnologías y mecanización en nuestras vidas surge como tema de discusión en una cabecita, cuando una servidora se encuentra en una tarde a un par de parejas cogidas de la mano que en lugar de darse cariñitos, y, como dice una muy buena amiga, comer delante del pobre, se dedican cada uno por separado a escuchar la música de su reproductor. O cuando ve que gente con la que ha mantenido una de las mejores "ciberconversaciones" de la semana, el mes, o de su vida, a la cara parece que le da vergüenza, o, básicamente, es una persona totalmente distinta.  Y, a una se le aparece en la mente la frase: "¡Qué lástima!". Junto con cosas del tipo: "ojalá fuera como cuando éramos niños, cuando no había tantas cosas de por medio, y sobraba un "¿quieres jugar?" o un "¿quieres ser mi amigo?" y, ya, lo difícil, estaba hecho". Es entonces cuando recuerdo que eso ocurría en mis tiempos mozos, cuando los niños de 6, 7 años, no teníamos móviles, ni cuatrocientasmil cosas con otras quinientasmil que no sabemos para qué están ahí, pero que están.
Sientes lástima, por lo menos yo. Aunque lo mismo hablo desde la ignorancia, y no estamos creando antisociales en potencia, o personas sólo potencialmente sociables sin contacto personal con los demás, sin empatía, ni nada por el estilo. Cabría esa posibilidad, por supuesto, pero yo soy cabezona de por sí (MUCHO) y si encima encuentro cosas como ésta que os dejo abajo, me cuesta creer que me esté equivocando al pensar que, a lo mejor, nos estamos pasando.




Los sentimientos no se deben, no se pueden, mecanizar. Son intrínsecos a la naturaleza del ser humano, meterles cosas de por medio sólo los entorpece y les hace perder su esencia, su autenticidad.



domingo, 11 de marzo de 2012

Manías

Y que levante la mano el primer valiente que se atreva a asegurar que no tiene ninguna. Aunque sea de las pequeñas, o aunque sea una de esas cosas que nunca vienen mal, todos las tenemos. Yo, sin ir más lejos, creo que debo ser una de las personas más maniáticas del mundo.
¿Por dónde empiezo? Mmmm, me gusta llevar siempre un espejo y un mechero encima, igual que gel seco para las manos o un par de compresas. Me siento desnuda sin mis anillos y al menos una de mis pulseras. No puedo, no sé, vivir sin reloj, soy esclava del tiempo, pero es que además necesito sentir su presión en la muñeca. Me encanta el olor a vainilla, y si no tengo la colonia, necesito una vela, para darle ese olor a la habitación. Me encanta sentir que lo tengo todo bajo control, que sé lo que quiero, el momento y el lugar, que nada se me escapa, o me supera, y en cuanto tengo una de esas dos sensaciones, me pongo un tanto histérica y agónica. Creo que por eso la manía más característica en mí es que soy una maniática del orden. No llego a los niveles de Monica Geller, pero hay veces que llego a extremos que me asustan a mí misma. Como lo de (aunque en contadas ocasiones) poder dejarme la habitación con la cama sin hacer y un cuarto del armario en la silla en un momento determinado en el que no me da tiempo a más, pero no poder salir de casa sin dejar lo que llevo en las manos en su sitio correspondiente, en la posición correcta. O lo de tener los cajones y el armario impolutos, prefiero tener las cosas fuera de su sitio esperando a que las guarde de forma adecuada, antes que meterlo hecho un gurullo y aparentar que todo está bien. Supongo que es porque eso último nunca se me ha dado bien. No sé aparentar, y me cuesta la vida mentir, y más a quien quiero, valoro y respeto.
De hecho, la gente que me conoce puede adivinar por mi comportamiento cuando me pasa algo gordo. Porque en esos momentos, tengo otra manía. Siento la necesidad de reencontrarme, de estar a gusto conmigo misma, y siempre hago algo del tipo darme el capricho de un baño relajante, o una de esas duchas largas, con mascarilla facial incluida, me depilo entera, me pinto las uñas, o voy a la pelu a arreglarme el pelo. ¿Una manía tonta? Puede, pero no la cambio por nada, porque me hace distraerme de los problemas y alejarme de todo un tiempo, para luego volver, superarlos y dejarlos atrás rapidito. Que el tiempo pasa demasiado deprisa como para estar ocupando la mente con cosas que no van a más, que envenenan, y yo siempre he querido ser una "mens sana in corpore sano" y sé que lo acabaré consiguiendo. Dejaré de comerme la cabeza por esas cosas. Cueste lo que me cueste.


Porque debería quererme más y hacerme menos daño.