jueves, 28 de julio de 2011

Veneno

Una canción que me gusta mucho, dice algo así como: "qué ridículo es callarse cuando quieres decir, que estás bien cuando todo va mal, que sólo me sale cantar..." Pues bien, me encanta esa parte de la canción y estoy bastante de acuerdo con ella pero, yo creo y digo que lo verdaderamente ridículo es hablar y decir cosas, que luego no puedes justificar. El decirlas por decir, porque luego, cuando te preguntan el por qué de esas palabras y no sabes qué contestar, o simplemente, no quieres reconocer abiertamente el motivo por el que las dices, entonces, sí que quedas como un auténtico idiota. Por eso hay veces en las que es mejor callarse y guardar silencio, y no manchar algo tan maravilloso con palabras absurdas; absurdas porque no se sienten, o absurdas porque a pesar de ser sentidas no somos capaces de reconocer ante el otro su verdadero significado.

Cuando estés listo para hablar, habla; mientras tanto, calla.

miércoles, 6 de julio de 2011

Ya no los echo de menos, al menos no los tuyos

Besos, ¿qué son los besos? Supongo que la mayoría estaréis pensando en el clásico “gesto que demuestra cariño y afecto, y que se da por medio de los labios” pero, hay tantas clases de besos… Besos reprimidos, deseosos de ser dados, besos de odio y de traición, besos de reproche, besos de reconciliación, sin duda unos de los que mejor saben. Besos tímidos, callados, que a veces no se dan con los labios, sino con los ojos, con esos cruces de miradas que a una, le ponen la carne de gallina. Besos dulces, cuidadosos. Besos de amor, de amistad, sin olvidar unos de mis favoritos, los besos de complicidad, esos que se dan tanto en buenos como en malos momentos, al amigo o al amante, y que tienen un gran significado: “estoy contigo”. Besos que quitan el sentido, besos espontáneos, y no tan espontáneos, besos esperados, ansiados, de esos que parecen venir pero, no vienen y que cuando llegan… ¡Ay! Cuando esos besos llegan… Besos de bienvenida, de despedida, besos de duda, de “quiero pero no sé si debo, no quiero estropearlo, no quiero hacerte daño”… Hay muchas clases de besos pero, en mi opinión, hay algo que debería ser común a todos, la pasión. Un beso sin pasión, es soso, desabrido… No es un beso.

En fin, los he dado, los he recibido pero, ilusa de mí, sigo esperando un beso de esos de película, mi beso de película. No me importa cuál pero, de poder elegir, sin duda, me quedaría con tres opciones:
-          El algo planeado y más que esperado, tierno y dulce beso entre Amélie y Nino.

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 El apasionado e intensísimo beso en la playa de “De aquí a la eternidad”.



-          O, mi preferido, el que se dan Audrey Hepburn y George Peppard en “Desayuno con diamantes”, bajo la lluvia, más que esperado después de todas las dudas de la protagonista durante la película, lleno de amor y dulzura. Uno de esos besos que te hacen olvidarte de todo, aunque sólo seas un mero testigo…

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martes, 5 de julio de 2011

No sé si me quiero enamorar

Hoy debatía con una amiga sobre qué es el amor; sí, ya sabéis ese sentimiento que todos conocemos, aunque sólo sea de oídas, y que, por fortuna o por desgracia, para algunos es imposible sentir.
Reímos y disfrutamos pero, también sufrimos y lloramos con y por él. Realmente, una gran sensación cuando todo va bien, o al menos, eso dicen, (y aquí ya creo que me estoy desviando del amor en general para meterme en el amor de pareja) porque he aquí una “no-enamorada” y no es que sea incapaz de amar, doy fe de que no es eso, y de que quiero mucho, muchísimo a determinadas personas de mi entorno, a las que, obviamente, no voy a nombrar, y no sólo por su número, si no porque sé que sabrán darse por aludidas pero, a lo que iba, “…o al menos, eso dicen…” y es que no lo he experimentado, y creedme, cuando lo veo no me importaría pasar por esa etapa de “el síndrome del enchochamiento mutuo absoluto” que todas, absolutamente TODAS las parejas, sufrís, aunque haya veces que resulte un tanto pasteloso de más (lo siento pero, es así, vosotros no os veis desde fuera y no sois capaces de apreciar hasta qué punto podéis llegar algunos). Pero también os he visto sufrir, llorar e incluso plantearos cosas que para vosotros en vuestras vidas eran algo esencial por esa otra persona, y eso sí que prefiero no haberlo vivido nunca en mis carnes. No es que no me ponga en vuestro lugar de amar a esa persona y por él o ella ser capaz de renunciar a ciertas cosas, porque sí, el amor consiste en eso, en dar y recibir (sobretodo dar y ceder) pero todo por y para el bien de los dos, y puede sonar egoísta lo que voy a decir pero, ¿y si esa persona no es para siempre, es decir, no es tu definitiva?, o ¿y si el amor resulta que sí es caduco, y que no existe un verdadero amor para toda la vida, si no una mezcla entre cariño y costumbre al otro? Entonces qué, entonces, ¿debo plantearme si hago o dejo de hacer determinadas cosas que para mí han sido un todo durante todo ese tiempo en el que él no formaba parte de mi vida, por el simple hecho de que ha llegado y de que ahora (pero no sé hasta cuándo) somos dos? Sinceramente, lo pienso y sé que me resultaría casi imposible tomar esa serie de decisiones de forma favorable hacia el bienestar de la pareja. Puede que ahora lo diga, y que luego sea la primera en darlo y dejarlo todo por amor, porque nunca podemos decir “de este agua no beberé” y porque, lo reconozco, soy una romanticona empedernida, y contra la naturaleza no se puede luchar. Pero, aún así, en forma de nota mental en un momento de sobriedad amorosa, quiero decirme a mí misma: ojalá nunca tengas que arrepentirte de que “por amor se hacen auténticas locuras”.


Cortar de raíz

A todos nos llegan esos momentos en los que sentimos que ha llegado el tiempo de cambiar pero, no nos atrevemos a dar el gran paso. En parte, porque nos hemos hecho a la rutina, con la que, al fin y al cabo, no se está tan mal, pero también porque tememos herir a gente que queremos con nuestra decisión. Y aquí surge mi duda, intentando protegerlos, ¿no les causamos más daño, tanto a ellos como a nosotros mismos? Quiero decir, si una situación pasa de causarnos placer y de ser una con la que nos sentimos cómodos a otra que nos desagrada, o por la que, simplemente, ahora sentimos total indiferencia, ¿merece la pena mantener las apariencias?, ¿queremos vivir engañándonos a nosotros y a los demás?, ¿queremos renunciar a nuestra felicidad y privar a los que “protegemos” de la suya? Alguno puede pensar: “¿cómo vas a privarles de su felicidad si tú decides conformarte para no herirles?” pero, seamos sinceros, nadie mantiene las apariencias tan bien, nadie sabe aparentar que está cómodo en unas circunstancias con las que dejó de ser feliz hace tiempo, por muy buen actor que sea, y esas atmósferas de falsedad sólo saben crear infelicidad.

http://www.youtube.com/watch?v=-I103y2WAM4

El principio

Un blog, ¿quién me lo iba a decir? He terminado cayendo en la tentación, la tentación de crear un espacio en el que desahogar mi alma, en el que mostrar mis pensamientos, mis sentimientos, mis emociones, mi TODO. Y aunque me haya mostrado reticente a hacérmelo durante mucho tiempo, lo único que lamento es que haya tenido que llegar un momento de mi vida en el que me he visto a punto de explotar para animarme a dar el paso. Tantas emociones, palabras y comportamientos reprimidos durante tanto tiempo, que al final, ni el mayor de los gritos en mi nube de soledad, me ayudaba a desahogarme. Espero que ahora, esto me ayude a quitarme ese peso que siento de vez en cuando.